Tacones por zuecos
Voy esporádicamente a la farmacia a que me den algo: algo para la gripe, algo para los cortes, algo para la sequedad de los ojos… Los condones voy a comprarlos a otra farmacia donde siempre me atiende seguro un tío, aunque me pilla más lejos. Porque casualidad, la que tengo más cerca, que tiene no sé cuántos empleados entrando y saliendo, con dos millones de mostradores, casualidad, siempre me atiende la misma farmacéutica, o auxiliar, o lo que sea. Una morena de ojos tristes, con la posición al revés que los chinos, que me habla tan flojo que tengo que pasar el ridículo de decir «qué» tres mil veces, o contestarle lo que creo que me ha preguntado, que siempre es erróneo, y me lo vuelve a preguntar como si yo fuera tonto. Me altera.
Allí van todos con unos zuecos horribles, como son los zuecos, vamos. Excepto ella, que lleva siempre unos tacones que me hacen imaginar que le arranco la bata y todo lo que lleve debajo.
Esta tarde no ha sido menos. Sólo dos empleados atendiendo a dos clientes rolleros y yo media hora esperando. Y cuando uno de los dos estaba ya pagando, a punto de irse y dejar al farmacéutico libre, ha salido ella y se ha puesto en uno de los mostradores vacíos, esperando a que yo me dirigiera a él para atenderme. Eficiente es, pero caray, qué poco sonríe. Me perturba que me mire tan directamente a los ojos. He tartamudeado tanto que he tenido que parar y volver a empezar. He sonreído con el apuro y nada, me seguía mirando sin alterar su cara esperando a que yo por fin dijese de manera entendible mi pedido. Y me ha respondido:
- «Onpinoperico.»
- «¿Qué?»
- «Que no tengo el genérico.»
Hostia, qué imbécil soy. Y sordo. El próximo día me traigo un embudo para la oreja.
- «Dame el original, pues».
Los tacones. Llevaba unas sandalias doradas de tacón fino con una correa de charol negra que le rodeaba el pie y pasaba por debajo de la suela con una hebilla de brillantes. Creo. Lo he visto fugazmente cuando ha ido al almacén a por lo mío, pero yo diría que era eso. Ha vuelto con sus tacones provocativos ignorando totalmente el rubor que me causa.
- «Tres con treinta y tres».
- «Jeje».
Era gracioso. Nada, cero sonrisa. Me incomoda su estupidez. Me ha dado el cambio mirándome la barriga, lo que ha hecho que sienta un espasmo testicular.
- «¿Tienes novio?»
Juro que no lo tenía planeado. Aunque no ha cambiado su expresión me ha parecido notar un punto de… ¿burla? Qué más da. Yo quería respuesta.
- «No».
No tiene novio. ¿Seré insensato? ¿A santo de qué le he preguntado eso? Claro que preguntar «¿tienes novio?» es la pregunta oficial y decente sustituta de la declaración camuflada e indecente de «quiero follarte».
Yo no quiero ser su novio, sólo quiero… quiero saber si siempre es así de imperturbable. Empezar por besarla, a ver qué pasa, y por tocarle los tacones.
Atropelladamente, me he dado la vuelta sin despedirme y me he ido a la otra farmacia a pesarme.
♥
Ella es Gabriel.