«¿Qué talla usas? ¿37?»
«39»
«¿39? ¿No es un pie un poco grande para tu estatura?»
«Sí; mis proporciones no son proporcionales».
«Te voy a regalar unos tacones».
«Quiero un portaminas».
Cómo anhelo llamarte. Esta mañana me he sorprendido sonriendo al recordar una de nuestras conversaciones. Tengo tu sonrisa tan memorizada y tu risa tan grabada que no me cuesta nada oírte en mi cabeza. A veces me giro por si hay alguien que nos ha podido oír. Yo susurrándote y tú riéndote tocando lo que no debes. Deseando que vuelva otra vez el momento y me mires así, sarcástica, me hagas olvidar mis preocupaciones y me liberes del estrés. No me cuestas nada y me cuestas todo. Tu manía de escribirme en la piel. La reina de los defectos, de acumular tacones y portaminas, ya ves tú; de coleccionar colillas de cigarro (si ni siquiera fumas) y beber en botes de mayonesa, ¡en botes de mayonesa, como si no hubiera botellines de plástico! No haces cosas de persona normal. Haces cosas que ni pizca de gracia me hacen. La chica sin cara que te gustaba dibujarme en la palma de la mano, por ejemplo. Un día te pregunté por qué no tenía cara y me dijiste que así la chica podría ser cualquiera; «como los cartones de feria en los que hay un agujero para asomarse y que te hagan la foto ridícula de turno para reirse un rato», te dije. Sonreíste y no me contestaste, pasaste la lengua por el dibujo y lo emborronaste con el dedo con la intención de borrarlo. Todavía siento el cosquilleo y el contacto de tu lengua por mi palma, y me la froto con el pulgar, tocando el vacío de la líneas del futuro.
Me sorprende mi propia idiotez, jamás pensé que llegaría a tanto.
Te llamaría, si no fuera porque hace ya tres años que se acabó.
♥
Ella es Gabriel.