Los tacones me vuelven loco
Tacones. Me ponen enfermo. Los veo y me hipnotizan. Siento unas ganas irrefrenables de tocarlos. De ponerlos sobre mi pierna y de tocar el pie que los lleva. Pasar de la piel del pie a la piel del zapato, a la rigidez del tacón. Largo, estrecho, suave, yerto. Pasar el dedo por la línea que delimita el talón con el tacón; deslizarlo hacia abajo, hasta la tapa pequeña y cortante y volver a subir; cerrar la mano en su torno, cogerlo con fuerza y sentirlo duro. Me exasperan. Oír unos tacones acercarse me pone los pelos de punta. Automáticamente giro la cabeza en su búsqueda. Esa estructura me trastorna. Esa esbeltez. Ese caminar grácil, ligero, glorioso, majestuoso, base de piernas exquisitas. El sonido golpeando el suelo, sordo, constante, me martillea la cabeza. No sé qué secreto esconden. Ocultan un poder que me absorbe y me envuelve. Me atrae. Me alteran los sentidos. Me abstraen de la realidad. Los siento clavados en mi ser. Me ponen nervioso, callado, inconsciente, insostenible. Me enturbian la mirada. Me anulan, me seducen; me embotan el cerebro. Mi deseo explosiona, la grandeza me hinche a reventar. Es excesivo para mí. No puedo soportar tanta insolencia desmedida concentrada en doce ardientes centímetros. Sin fundamento, sin sentido, me siento sin protección. Me dejan expuesto, débil. Ese taconeo caprichoso me tiene a su merced.
Qué tendrán. La erótica de los tacones es inhumana, extrasensorial, animal, glamurosa, terrenal, indecente, prohibida, descaradamente provocadora. Esos objetos benditos me suben al cielo, me hacen tocar el inframundo, me tienen entre el bien y el mal, me desquician.
Fetichista de tacones. Soy su víctima más sensible. Me anulan, me quitan la calma, me elevan y me enturbian. Me atacan. Me desarman. Me someten.
Me rindo.
Tacones desnudos.
Diosas endiabladamente sexys.
♥
Yo soy Gema Vicedo y Ella es Gabriel.