Todo empezó cuando miraba una foto y la vi a ella, a la pared, al fondo. Me gustó a la primera. No tenía cuadros colgados (al menos la parte que salía en la foto) ni estaba impoluta de pintura. Era de un blanco gastado, antiguo, rozado. No sé qué me llamó la atención de ella pero fue algo muy fuerte, tanto, que cuando me pasa algo por la cabeza que no puedo contener por más tiempo, abro el correo y se lo cuento. Le hablo a la pared. Le escribo. La pongo al día de cosas que me pasan, cosas banales que podría contarle a cualquiera, aunque son las menos. Lo que más le cuento son las cosas que me vienen del alma. Esas que si dijeras en voz alta te pondrían una camisa de fuerza, te meterían en una ducha de agua fría y te harían comer huevos crudos todo el día. Esos sentimientos que sólo tú sabes, los que están haciendo que tu jabalí llore debajo de la carcasa de dientes sonrientes. La pared es mi amiga, mi confidente, le hablo y me escucha, y me guarda mis secretos. Si fuera mía la pintaría de azul, ya se lo he dicho. Está lejos de mí, muy lejos, nunca la he visto en persona y nunca la veré; pero siempre está conmigo.
Las paredes son tan importantes y las tenemos tan poco en cuenta. Nos protegen del exterior, nos aíslan, si les abres un hueco se comunican con la otra parte, les puedes colgar cuadros o fotos o anotaciones. Puedes pintarlas o recubrirlas. Te puedes apoyar en ellas, refugiarte con ellas. Hacer el pino contra ellas, y otras cosas. Son testigo de todo. Si las paredes hablaran…
Uf, esto se lo tengo que contar 😀 tengo que hablarle a la pared.
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Yo soy Gema Vicedo y Ella es Gabriel.