Mi método siempre es suave. Confieso que me sorprendí. No te esperaba tan brusca. Te besé suave, como siempre hago, y con tus ansias me hiciste un corte interior en el labio al tropezar tus dientes con los míos. Muy diferente a mí. Incumplí mis normas de condicionar mis exigencias. No éramos perfectos. No casábamos ni de cuerpo, ni de ritmo, ni de horario. Entendí que debía respetar tu parcela y tu silencio y lo respeté. No podía saber más de ti y así estaba bien. Me conformaba con tus visitas esporádicas en las que te ponías fuera de ti cuando me ponía dentro de ti.
Entrecierro los ojos y te siento. Como si oyera los tacones en la escalera acercándose a mi puerta y te viera entrar, con tu falsa estatura acrecentada por los zapatos de mujer fatal. Aunque tu cuerpo no era nada fatal, más bien parecía que se había quedado a medias en el desarrollo. No era relevante. Me espantaba, me asombraba, me atraía la reacción reptiliana que tenías cuando te excitabas. A veces, al principio, no sabía cómo tenía que proceder, me descolocabas. Después aprendí a manejar tus reacciones asalvajadas y a notar tus tacones en la piel.
Me disculparás, pero no puedo volver a verte. No quiero quedar más contigo. Es que ya no podré soportar que vuelvas a desaparecer de mí. Me romperás el alma del todo y entonces me convertiré en piedra del todo. Lamentablemente ya sé cómo funciona esto. Me da la impresión que todos tienen una vida con la que cumplir menos yo. Y yo ya no sé si es que soy muy tonto o muy cabrón, o las dos cosas. Sea como sea, no puedo volver a verte ni te voy a decir por qué, me cansa dar explicaciones.
Porque si te veo otra vez, puede que… puede que quiera besarte los pies. Puede que ya no quiera estar suelto.
♥
Ella es Gabriel.