Tacones inversos

Tacones inversos

Si pudiera decirte lo que quiero sin parecer obsceno. Ni pareciéndolo. Tacones en vena. Tu desnudez en vena. En esos momentos no puedo hablar; me vuelvo primitivo, irracional, sin posibilidad de articular nada coherente.

Porque me vienes a la mente cuando te quitas todo cuando llegas a casa y vas por ahí sin nada como si nada. ¿Te crees que soy de piedra? Ni siquiera un poco de decoro. Ni un gramo. Te gusta jugar a ignorarme, a moverte con tus cascos escuchando música o podcasts como si yo no existiera. A rozarme tus minipechos por la cara en un descuido controlado. Enloquecedor. Lo entiendo como una invitación. 

Me apartas las manos. 

¿A eso jugamos? Muy bien, yo también sé ignorar, ¿sabes? Te dejo de mirar. Me tengo que concentrar porque no sabes cómo me tienes. Así que decido encerrarme en la habitación. Sólo. Tranquilo. Molesto.

Sin llamar abres la puerta. Sigues desnuda. LLevas una caja de zapatos en las manos. Me endurezco de nuevo. 

  • ¿Me ayudas?

Te sientas en la cama y abres la caja. Dentro hay un par de zapatos negros de hebilla con un tacón altísimo. Me susurras:

  • Cógelos.

Te miro, cojo uno como si se tratara de una bomba de mano. Toco el tacón. Lo rodeo en mi puño. Demasiado excitante. Me incitas:

  • Pónmelos.

Sonrisa desafiante. Estoy ciego de deseo. Me acercas los pies. Estoy torpe, no reacciono. Me pones un pie sobre el muslo. Te lo toco. Te encajo el zapato pero no puedo con la hebilla, me tiemblan las manos. Me las tocas. Me sudan. Te encargas tú del cierre y te pones el otro zapato. Te veo exquisita.

Yo estoy vestido, descalzo, hambiento; tú estás desnuda, con tacones, poderosa. 

Inversos. 

Me induces.

Ahora ya no puedo más, ni tú.  Nos dejamos hacer.

¿Qué tendrán los pies, los tacones? ¿Qué tendrán?

Ella es Gabriel.

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