Tacones clavados

Tacones clavados

Tacones clavados

Aún recuerdo cuando te besé en la boca. No entiendo todavía cómo funciona la química del cerebro que te empuja a juntar boca con boca. Inconsciente, supongo; no debí hacerlo. Pero es que te vi con los tacones y me elevaste de peldaño; y después ahí, riéndote, burlándote de algo que dije, se me encendieron los ojos y se me nubló la cordura. Estuve resistiendo la fuerza invisible de loca atracción hacia ti durante unos segundos y ya ves, al final me junté a tu boca. Fue un error, lo sé, lo supe y ya lo sabía de antemano. Aún así me imaginaba que cederías, que nos tocaríamos las lenguas y que tus manos empezarían a treparme la espalda. No fue así. Tu mano en mi pecho fue para apartarme. Me quedé con la boca abierta tocando vacío, con mi cuerpo anhelante de contacto expuesto en la nada. Ni siquiera tu mano pequeña con la que me empujabas y que retiraste rápido, como si temieras un contagio mortal por mi parte; me supo a hielo. Mi cara de lerdo congelada ante tu reacción esperada por mi inconsciente e ignorada por mi parte consciente. Bajé la vista y lo último que vi fueron tus tacones acharolados alejándose de mí a cada paso.

Llevo dos días durmiendo con una mano sobre la quemadura de frío que me provocaste en el pecho.

Si me hubieras clavado tu tacón en el corazón me hubiera dolido menos, me hubiera matado menos.

Ella es Gabriel.

Tacones clavados fetiche
Me hubiera dolido menos

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *