Tacones en sueños

TACONES NI EN SUEÑOS

La cuestión es que ya me atraías algo aunque nada que me quitara el sueño. Eras una más, una de tantas, del montón. Pero ese día que, jugadas maestras del destino, me dirigí a tu lado para esperar sentado en el único asiento libre que quedaba, ese día, empezaste a rondarme mis sueños. «Hola». «Hola». Hasta ahí nada del otro mundo; nos conocemos mínimamente y no tenemos nada que decirnos, salvo un saludo de cortesía. Y entonces apartaste el bolso ese cochambroso que llevabas y que te tapaba los pies y cruzaste las piernas. Tu zapato quedó muy cerca de mí, a punto de rozarme con el tacón. Lo peor no fue eso; fue verte la oquedad, la grieta oscura que quedó entre la curva de tu pie y el zapato. Me entraron unas ganas irrefrenables de meter el dedo por ahí, notar los pliegues de tu pie y hurgar, acariciándolo, atrapado entre tu carne y el calzado. Noté que empezaba a sudar y me moví un poco en la silla lo cual empeoró la situación, porque al moverme toqué tu tacón con la pierna. Ese pinchazo me potenció de forma alarmante. Tú apartaste el pie y lo bajaste de nuevo al suelo. Me sonreíste como disculpa, por haberte acercado tanto, por no dejarme espacio, por invadir mi espacio vital, por acosarme, por incitarme, por alterar mi paz interior, por amenazar mi estabilidad mental, por agobiarme tan de cerca con tu arma homicida, por tu bomba atómica. Te odié tanto como te deseé. Te sonreí tranquilo y me levanté a pesar de que aún no tocaba mi número. Alguien entró en ese momento y ocupó el sitio que yo había dejado libre. Mierda.

Me largué, perdiendo el turno. Ya volvería más tarde, o mañana, o nunca.

Bueno, volvería mañana; después de soñarte sin querer.

Ella es Gabriel.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *